Hay gente que suele decir que es mejor no ir a un sitio con las expectativas muy altas para después no llevarte una decepción. Pero cuando tenía entre mis manos las entradas para el concierto de Rigoberta Bandini eso resultaba imposible. Y por supuesto, no decepcionó.
El domingo 18 de diciembre Rigoberta llenaba el Wizink Center de Madrid en el que sería uno de sus últimos conciertos de gira este año. Actuó, como es habitual, con su grupo de siempre, además de con un invitado muy especial: Alizzz. Y consiguió, como era de esperar, poner a todos a bailar en una noche que nadie quería que terminara.
Una auténtica fiesta

Todo empezó a las 20:30 con unas teloneras que prepararon al público para lo que llegaría tan solo una hora después. Las Ginebras cantaron sus temas principales mientras el estadio se iba llenando y animando al ritmo de sus canciones. Sobre las nueve terminaron y se marcharon dejando un buen sabor de boca entre todos los presentes, que ya empezaron a ponerse nerviosos sabiendo lo que venía después.
Y el momento que todos esperábamos llegó. A las 21:30, puntual, las luces se apagaron. La gente gritaba, coreaba el nombre de Rigoberta y esperaba verla aparecer frente a las brillantes luces que conformaban el escenario. Y cuando salió y los gritos alcanzaron su punto máximo, ella empezó a cantar. Y ahí empezó la fiesta.
Porque sí, Rigoberta Bandini es una fiesta de la que hay que disfrutar al menos una vez en la vida. No solo por el placer de escucharla en directo y ver el espectáculo que todos ellos montan en el escenario, sino porque cantar esas canciones que te llegan al corazón junto a miles de personas es una gozada.
Todo el concierto transcurrió en un ambiente precioso y de unión entre los miles de desconocidos que esa noche estaban allí para disfrutar de ella. Y me atrevo a hablar en nombre de todos cuando digo que la emoción colectiva desembocó en un subidón que aún se mantiene a día de hoy.
Pero no pudo lavar, porque tenía que bailar
Escuchar a toda esa gente cantando a coro una canción que hasta hace poco tenía un tono tan machista fue, quizás, uno de los mejores momentos de la noche. Y es que esa canción se ha convertido en un himno feminista. Y eso hay que agradecérselo no solo a Rigoberta, sino también a Amaia.

Hace poco iba por una calle de Madrid y escuché a una niña cantando esta canción. El domingo tuve la oportunidad de oír a más de 10.000 personas haciendo lo mismo. La emoción estuvo presente en ambos momentos, pero escuchar a alguien tan joven cantar esa letra me hizo especial ilusión. Porque a día de hoy hay muchas letras que se alejan del mensaje que, tanto Rigoberta como otras mujeres, tratan de hacer llegar. Por eso, oír a una niña tan pequeña vivirla con tal emoción, da mucha esperanza.
Rigoberta es nuestra emperatriz

Cuando el concierto estaba terminando escuché a una chica decir que estaba enamorada. La miré, vi que observaba la pantalla que en ese momento mostraba un primer plano de Rigoberta y pensé: creo que todos lo estamos.
Porque es difícil no estarlo de una mujer que ha escrito esas canciones, que transmite esa emoción y que con sus letras logra la unión de todo el mundo. Porque sí, en una hora y media sentí que todas las personas formábamos parte de un mismo grupo. Y eso tengo que agradecérselo a ella, a Rigoberta.
Escribo todo esto escuchándola y pensando únicamente en que ojalá esto fuera una película en la que poder volver al pasado para vivir esto de nuevo. Porque, dos días después del concierto, sigo teniendo a Rigoberta Bandini en la cabeza.
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